domingo, 6 de noviembre de 2011

8: Rulos colorados

No me atreví a viajar sola a un lugar tan desconocido y nuevo para mi. Fue entonces cuando recordé que tenía una pequeña amiga, una primita que llevaba mi misma sangre aventurera, la misma que había adquirido rasgos igualitos a los de la abuela Lola. Ella era como el viento, cada semana cambiaba el rumbo al paso de la brisa, y encantaba a cualquiera. Y si no encantaba, a ella no le importaba. Solo buscaba ser libre. En eso sí que estábamos de acuerdo las dos: ser libres. Nada más lindo que ir de la mano con la libertad, sin tener que detenerse al paso de los demás.
Ella, mi pequeña futura aliada, se llama Gisela, mejor dicho Yiyí.

¡Que linda que es Yiyí! Cabellos rojos como el fuego y tez blanca como la leche. Sus pecas eran una de sus mayores atracciones. Seguramente estaba tal y como la recordaba, nada más que ahora con un cuerpo más desarrollado, ya debería estar tocando los 15 años.
No la veo desde que cumplió los 6, que mamá nos llevó a Tierra del Fuego a conocer y de paso a festejar el cumple de la dulce Yiyí, la cual estaba en casa solo de casualidad, porque acababa de llegar de un espléndido viaje en España, acompañada de su papá, el tío Luis.

No lo pensé más y arreglé todo para viajar y buscar a Yiyí en la semana entrante. Busque mi pasaporte (que no usaba hace bastante), reservé un pasaje y llamé a mi tía para avisar que el 5 de noviembre estaría en su casa.
Supuse que mi tía iba a estar entusiasmada al verme, pero mi llegada no pareció ser tan relevante.
La tía Lau estaba vieja, arrugada, y aunque las tristezas quisieron tirarla abajo, se mantenía linda y coqueta como siempre.
Me ofreció una taza de té y muy agradecida le dije que me gustaría mucho y pregunté por mi tío. Me sentí muy mal en aquel momento, fue uno de los peores en mi viaje, porque pareció que saqué de todo su ser la escaza felicidad que había.
- En la cárcel- replicó secamente
Como vio que mi cara se desfiguró y no supe que contestar a tal horrible y aterradora respuesta, cambió de tema para evitar la parte incómoda y me dijo que un rato llegaría Gisela. Entonces esperé en el living.
Visualicé a lo lejos, en una mesita de algarrobo, unas fotos enmarcadas y por pura curiosidad me acerqué y me dí con que yo estaba en una de ellas, estaba chiquita, y con una sonrisa hermosa y real, una de esas que solo tienen los más chicos; cuando casi siempre somos completamente felices.

Me volví hacia atrás y noté que alguien me estaba mirando. A 4 metros de mí había una mujercita que permanecía inmóvil, con pantalones anchos color verde muzgo y una remera muy colorida, al estilo hippie, acompañada de unos rulos enormes perfectamente armados de color rojizo.
Con la cabeza inclinada hacia el costado, me miró impertérrita. Le dediqué mi sonrisa más linda y traté de soltar algunas palabras.
- Hola- la saludé - ¿Sabés quién soy?
- ¡Ana! - me dijo, y no pareció tan sorprendida.
Sus ojos eran grandes y de un peculiar tono verde y azulado, y tenía los labios tan rojos que parecían pintados.
Me emocioné mucho al pensar que tal vez aún me recordaba, pero después supuse que mi tía le había dicho que iba a venir, porque la última vez que la vi era muy chiquitita como para acordarse de una cara a la que muy pocas veces vio en su vida.
- Yi, ¿no tendrías que estar en la escuela?
- Hoy salí temprano porque mamá me dijo que vendrías.
Tal y como lo pensé.
- ¿Sabés a qué vengo?
Aunque de momento Yiyí no dijo nada, noté cierto brillo en sus ojos y una expresión altiva en su cara , como si supiera todo lo que estaba apunto de decirle. Esbozó una enorme sonrisa y sus mejillas pecosas se pusieron coloradas ¡que ternura! pensé.
- Si, a pasarla bien conmigo- rió.

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