domingo, 20 de marzo de 2011

5: Disfraces!


Si, Esteban la amaba.. pero ella no estaba convencida de que su unico y verdadero amor era esa persona. Es decir, lo quería, pero no vivía el mismo amor que vivía él. Se estarán preguntando que pasó entre ellos dos. Bueno... les cuento.
Mas o menos llegando al segundo año de novios, Ana andaba en sus peores momentos. Bah, la relación con Esteban andaba así. Y una mañana decidió salir a bailar, ya que hacía mucho tiempo que no disfrutaba con sus amigas el milagro de los viernes por la noche. A Ana no le gustaban mucho las fiestas en alguna casa, prefería mucho más un bar chiquito donde se pueda tomar algo y charlar, pero ¿qué más daba?, lo unico que quería era despejarse un rato de su novio y de todos los problemas. Ese tarde, Clarita, una de sus mejores amigas le contó que había una fiesta de disfraces en la casa de un chico que iba con ellas a la secundaria, y les había dicho que estaban todas invitadas. Esto no convenció mucho a Annie porque (como ya dije) esas fiestas no le gustaban para nada, es más, le parecía absurdo ir disfrazada, pero como siempre, la presión de grupo pudo con ella, sus amigas le habían rogado para que valla. Se vio arrastrada a una fiesta de disfraces, a un baile de máscaras ni más ni menos.
Al llegar al salón no pudo evitar sorprenderse, porque el decorado era precioso, estilo antiguo, y la música le daba un toque moderno. La combinación perfecta.
Todos estaban invitados, la fiesta era libre y gratuita, pero con una condición, disfraz de época y máscara.
La noche parecía ir tranquila, incluso un poco desanimada para Ana porque todas sus amigas tenían pareja y ella estaba allí, algo descolgada.
Se aburría, no tenía con quién bailar y quería dejarles algo de intimidad a sus amigas.
Se fue al bar a buscar algo para tomar, un poco de alcohol. Necesitaba entrar en calor y desinhibirse un poco o acabaría más aburrida de lo que ya estaba.
-¿Vodka con limón? ¿No será demasiado para vos?- La voz se le hacía familiar. Ana se giró para verlo mejor, no sabía quién era, su máscara le tapaba la mayoría de la cara.
-¿Y a vos qué más te da?-Dijo un poco enojada.
-Es que prefiero bailar con alguien que se mantenga en pie…
-¿vos querés bailar conmigo?-Él asiente.-Bueno, pero primero decime quien sos.
-Emmm…no.
-¿Pero por qué? Mira-Ana se quitó su máscara.- ¿Ves? Yo ya me la saqué.
-No me la voy a sacar. ¿Quieres bailar sí o no?
-Sí, pero antes quiero saber con quién bailo.
-No.
-¿Por qué?
-Porque no sería capaz de hacer esto.- Se acercó y le dió un beso. Un beso suave, dulce e incluso épico.-¿Querés saberlo? Soy tu príncipe enmascarado. El beso le gustó tanto a Annie, que aunque parezca de lo más raro, y sin conocerce, la tentación la enredó. Un beso llevó a otro... y ustedes saben que pasó después.

Ana pensó que nadie conocido los había visto besarse y fugarse de la fiesta. ¡Pero el mundo es tan chico!

Al otro día sintió que todo su mundo se derrumbaba, veía como Esteban tiraba cosas al piso con furia y gritaba "Sos una puta! una puta! eso sos!" Eso fue lo unico que escucho, e hizo de cuenta que le prestaba atención mientras tan solo lo miraba y pensaba en estupideces que se le pasaban por la cabeza. Veía en los ojos de Esteban un dolor extremo, incomparable. Nunca lo habia visto tan enojado en sus casi dos años de noviazgo. Pero la verdad es que ya no le importaba en lo más minimo.

Con el paso del tiempo se dejaron de hablar. Se veían en la calle, y como dos desconocidos (más bien dicho orgullosos) ni se saludaban. Al principio esto le molesto mucho a Ana, pero era cuestión de acostumbrarse. "Si cometiste un error, asumilo".

...

viernes, 18 de marzo de 2011

4: RETORCEMEEE.


Pero a la larga Annie siempre descubría que en realidad lo que los atrapaba era su forma de pensar.
Ella manipulaba cada pensamiento y contestación estúpida de los hombres y los retorcía hasta que ellos suplicaban que los dejara en paz.
Es decir, ¡con Ana no te metás! Olvidate. Era malvada cuando quería, y cuando no quería era la mujer mas dulce y tranquila de todo el mundo.
Sus hermanos eran testigos de la maldad de su hermana mayor. Los hacía sufrir hasta llorar: cuando ellos decían algo, ella rápidamente encontraba una respuesta, que destruía las pequeñas perspicacias de sus hermanitos. Los destruía, los aplastaba, los quemaba, detilaba, pisaba, detonaba, aniquilaba, los evaporaba! (Bueno... no es taaan así) en fin... los hacía llorar mucho. Los retorcía y sacaba información cuando ella quería, para después torturarlos cuando se mandaban alguna macana. Era el diablo en persona.
Y ahora, hablando de roma, les voy a hablar sobre Esteban. Es otro (de los muchos) testigo que sabe como es ella.
Esteban es el ex novio de Annie, estuvieron dos años y medio juntos. ¿Cómo explicarles la historia? Es muy larga... pero tengo tiempo.
Esa relación fue un tanto especial, ya que vivían peleando, cortando, y volviendo. Se lastimaban con insultos amargos y a la media hora terminaban revolcándose en cualquier lugar, apasionados, muy apasionados.
Esteban la amaba, y enseñó a Annie a amarse a ella misma. Annie no se valoraba, nunca. Pensaba que era la más fea del mundo entero, y se trataba de basura por todas las cosas malas que hacía. Pero Estaban.. Esteban la cambió.
Cuando hacían el amor, ella apagaba las luces y se tapaba, pero una noche no pudo pagar la luz. *La miraba con amor, con ternura, con ese sentimiento inexplicable que solo la química y las hormonas alborotadas nos pueden regalar. Ella estaba en pijama, pero no de los lindos, ajustados y sexies. Tenía puesto un pantalón de su adolescencia, que a duras penas resistía los años de maltrato, y una remera manchada con pintura. El pelo grasoso, sucio, atado a las apuradas con la bandita elástica que mantenía cerrada la caja de pizza. Las uñas de los pies despintadas, las piernas llenas de dibujitos hechos en horas de aburrimiento. Y a él le gustaba, con locura.

Esa noche no pudo apagar la luz. Se sentía vulnerable, expuesta, avergonzada. La desnudó sin permiso y cayó en la trampa de sus miedos. Besó cada uno de sus defectos, la cicatríz de su rodilla, los lunares de sus caderas. Acarició poco a poco sus temores, fue domando sus histerias. Le susurró al oído palabras que ya había escuchado, pero que mágicamente sonaban diferente en su boca. Le cantó una canción de amor en silencio, la cautivó con su respiración. Cerró los ojos para no verse, y el los abrío para admirarla.
Esa noche Annie no quiso apagar la luz. Su cuerpo tenso y nervioso no se resistió a su paciencia, a sus ojos cerrados y apretados le ganaron sus caricias, a sus miedos le ganaron sus besos, su sonrisa sincera. Le ganó con ternura, Le ganó con la calma. Fue conquistando centímetro a centímetro su cuerpo, su resistencia, su voluntad* Poco a poco fue mostrándole con sus manos lo hermosa que era, dibujando con sus dedos cada linea de su cuerpo. Y le repetía en el oido: " Ana Paula, te amo, te amo"
Annie nunca pudo olvidar esas palabras, y retumbaban en su cerebro cada vez que sentía el perfume de Esteban en su almohada: "Ana Paula, te amo" "Te amo Ana, te amo" "Paula, te amo Ana, te amo". Pero, a pesar de sus lagrimas, ella sabía bien que lo recordaba solo porque era una masoquista, le gustaba sentirse mal. Pero ya estaba totalmente decidida, lo había olvidado. "Esteban, vivís en el olvido".

miércoles, 9 de marzo de 2011

3: El edificio


Fueron juntos a unos diez centímetros de distancia, sin siquiera rozarse (la lluvia había parado) pero hablando a lo loco, sacandose todas las dudas posibles que tenían el uno del otro. Pero a ella le pareció que Nico ocultaba algo, ya que, cuando Annie preguntó por su trabajo, el solo contuvo el aire y resopló, miró a ambos lados y le dijo a Annie silenciosa y pasivamente que estaba de vacaciones. Bueno, pensó Annie, que algún día se enteraría.
Caminaron cuadras y cuadras por un lugar no muy conocido por ella hasta llegar a un edificio lo bastante alto como para marear la vista de Ana, que levantó la cabeza tratando de calcular su altura.
Nico sacó una llave muy gastada de un bolsillo del pantalón lleno de pelusas y porquerías y abrió la puerta, que rechinó escandalósamente. Al entrar, Ana descubrió que el lugar era medio viejo y pasado de moda, pero muy coqueto. Ella contempló cada uno por uno los cuadritos artísticos colgados de la sucia y húmeda pared de la recepción en donde un pequeño hombrecito con cachetes gordos y colorados y una frente sudorosa saludó cortezmente.
- Buenas tardes, Don Kugler - dijo nervioso pero sonriente.
- Buenas tardes, Dobi ¿Cómo estás?- la voz de Nicolas lo tranquilizó.
- Bien, bien, todo tranqui. Uste' vió, acá andamo'....- dijo con mayor tranquilidad.
Nicolas se tornó serio y borró su cara despreocupada, lo que hizo alarmar nuevamente al recepcionista y todo se volvió rotundamente silencioso.

Se abrió el ascensor, expulsando hacia afuera un olor a humedad y vejez insoportable, y Nico se inclinó en gesto de amabilidad sonriendo y señalando el ascensor con ambos brazos y manos, esperando que Annie pasara primero.
Ella se sintió tan respetada en aquel momento por aquel hombre que no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa. Aquel hombre que había usurpado e invadido sus sueños había hecho reir y salir de esa nube de preocupación y desconfianza a Annie. Por alguna razón... pero ella no sabía cual era esa razón.
Tardó unos segundos en darse cuenta de la intención de Nico, y entró al ascensor
- ¿Estás bien nena? Te veo medio preocupada.
Y así era. Ana no era de esas mujeres fáciles de convencer, no era de esas muy confianzudas con las que ganabas rápido, no. No era NADA facil, y tuvo poca gente importante en su vida, sin contar a su familia.
- No te preocupés- desfiguró su cara haciendo una mueca- estoy bien, solo que soy un poco claustrofóbica- mintió (otra vez).
No era hábito de Ana mentir, nunca, jamáz, jamáz de los jamases mases (?). Pero por alguna razón el hecho de estar con un hombre tan lindo y galán como el, le hacía preocupar que el piense que era alguna clase de tonta o hueca.
Igual, en su casa siempre le enseñaron a ser ella misma, y que no importaba que pensaran los demás. Si a la gente le gustaba su forma de ser bien, y si no, lo lamentaba pero nunca debía afectarla en nada.
Pero no quería desaprovechar algo como eso, el era muy lindo, tenía unos razgos superficiales y no muy comunes en aquella ciudad llena de porteños (no es que tenga nada en contra de los porteños, eh..)

A ella no le importaba su físico en absoluto, pero era muy muy llamativa: tenía largo y lacio el pelo, siempre lo llevaba atado en una media colita, excepto en las fiestas y cumpleaños, que se hacía bucles (le quedan espléndidos) y se soltaba por completo el pelo. Tenía unos ojos verdes realmente increíbles, con un gris claro al rededor de las pupilas. Eran increiblemente deslumbrantes,y eso (creía Annie) era la debilidad de todos los hombres. Pero a larga descubría que lo que mataba a todos los hombres en realidad, era su forma de pensar.

...

2: El paragüas negro.


- Hey, ¿vivís por acá, cerca?- Dijo Nicolas, tratando de sacar una conversación.
- Si, vivo a unas tres cuadras de acá, ¿y vos?
- Eehm... si, bueno, no. En realidad estoy de visita en la ciudad.
- ¿Y que hacías solo en la plaza?
- Me había quedado sin comida y salí a comprar al mercado, digamos que la plaza me queda de pasada. Ahora que me acuerdo, compré vainillas y cacao ¿querés venir a tomar algo? - Dijo el sonriente, esperando un si como respuesta.
- ¿Te parece otro día? Es que.. tengo que estudiar.-Dijo Ana pensativa. Ahí fue cuando recordó que desde que es chiquita sus papás le enseñan a no dejarse llevar por los desconocidos. O mejor dicho, en ese caso, los recién conocidos.
- Bueno, no sé si voy a tener otro tiempito libre, pero por vos hago un intento- quiso versear, escondiendo una risita irónica- llevate mi paragüas, total, nos vamos a volver a ver ¿no?

Se despidieron con una sonrisa, que para Annie fue eterna. Se quedó en silencio, viendo como el hombre de sus sueños cruzaba la senda peatonal repleta de pequeñas cabezitas que también cruzaban como en camara lenta, que para Annie no eran más que extraños.
Ana intentó dar media vuelta, pero un impulso raro y unas ganas desesperadas de correr al encuentro de ese hombre la frenaron, y sin pensarlo, corrió, disparada hacia la calle.
- ¡Nico! ¡Nico! ¡Esperáme!- Soltó agitada y ferborosa. Corriendo atolondradamente como solía hacer ella.
- Si, Annie. Decime, ¿qué pasó?
- Me acordé que...- tomó una bocanada de aire, pensando una respuesta lógica y convincente.- el examen es el lunes, así que podría estudiar mañana.

Nico sonrió ampliamente
- ¡Genial! Seguime entonces- Y guiñó el ojo a su nueva amiga y se acercó a al pequeño espacio que habia bajo el paragüas para protegerse de la lluvia.

Annie pensó que ese encuentro inesperado debe de haber sido una señal del destino, que por fín se había percatado de que ella existía.

...

martes, 8 de marzo de 2011

1: El chico de sus sueños.

Ana se sentó a la sombra de un árbol mientras observaba a unos niños corriendo en el otro extremo del parque. Agarró un libro de su mochila, y al abrirlo, las hojas desprendieron ese ruidito que tanto le gustaba. Mientras trataba de concentrarse en su lectura (sin mucho éxito de más está decir), escuchaba a unas palomas remontando vuelo unos metros más allá y a unos perros ladrando mientras jugaban con sus dueños. Se dió por vencida al darse cuenta que no lograba entender lo que estaba leyendo. Dejó su libro a un lado, y puso sus manos en su regazo. Cerró los ojos, mientras sus otros sentidos se inundaban de la paz del ambiente. Y así, se durmió y comenzó a soñar...

En el sueño se encontraba caminando por una calle solitaria. Sorpresivamente veía todo en blanco y negro, como esas películas antiguas donde no existía el color. De pronto, comenzó a escuchar unas sirenas a unas manzanas de ella, y de la nada vio a un muchacho correr hacia ella. El hombre, no reparó en ella y al correr a tal velocidad se la llevó por delante, literalmente. Los dos cayeron al suelo en una mezcla de brazos y piernas mientras el hombre maldecía en voz baja. Se separaron rápidamente, y Ana se paró con dificultad mientras se agarraba el brazo que le sangraba por la caída.
- ¿Está bien? - le preguntó aquél desconocido mientras echaba miradas furtivas a su espalda. Parecía alterado, notó Ana, cómo si alguien lo estuviera siguiendo.
- Sí, no fue nada - mintió ella mientras se apretaba el brazo.
- Mierda - dijo él al percatarse de que Ana estaba lastimada- Lo siento.- y se rompió la manga de su camisa y le vendó con delicadeza el brazo.
Mientras hacia eso, Ana enrojeció violentamente. Al terminar, escucharon las mismas sirenas que había escuchado ella con anterioridad, doblando la esquina. Y en una abrir y cerrar de ojos, el desconocido, la tomó del brazo sano y la llevó a un hueco que había entre dos edificios cercanos. Ana no entendía lo que estaba pasando, pero igualmente confió en aquél extraño. Al meterse en aquél espacio, los dos quedaron uno enfrente del otro, y lo único que escuchaban eran sus respiraciones agitadas y sus corazones latiendo violentamente por la adrenalina. El desconocido observaba la calle esperando ver algo mientras los ojos de Ana se deslizaban por sus pálidos rasgos: la dureza de su mandíbula cuadrada, la suave curva de sus labios carnosos, la línea recta de su nariz, el ángulo agudo de sus pómulos y la suavidad marmórea de su frente oscurecida en parte por un mechón de su pelo azabache. Era sumamente guapo, pensó. Tenía el pelo negro azabache alborotado por el viento y los ojos grises, como el color del cielo cuando está a punto de llover. Tras unos instantes, mientras Ana seguía mirándolo descubriendo cada lunar y cada cicatriz de su preciosa cara, el extraño la miró y sonrió. Su sonrisa era perfectamente blanca, cómo esas sonrisas de propaganda de dentrífico que se veían por la televisión.
- Ya pasó la tormenta- dijo y Ana lo miró sin entender. Él se encogió de hombros, quitándole importancia - Será mejor que salgamos - le dijo dulcemente.
Ana asintió, y juntos salieron al exterior. Al fin en la calle, Ana respiró profundamente, sintiéndose libre, mientras el extraño la miraba con el ceño fruncido, peguntándole algo silenciosamente.
- No me gustan los lugares cerrados - le respondió mientras él se encogía de hombros.
- Por cierto, soy Nicolás, pero decime Nico - le dijo mientras le estrechaba la mano a ella.
- Ana, dime Annie - declaró ella - Y me vas a decir quién te estaba siguiendo. - le dijo mientras levantaba las cejas en forma interrogativa.
- ¿Siguiéndome? - le preguntó un poco nervioso. Y justo en aquél instante escucharon las sirenas cerca. - Me tengo que ir.
Nicolás se acercó a Ana, y le dio un beso fugaz en la mejilla. Ana estaba inmóvil, no sabía que hacer.
- Un placer encontrarnos en este sueño- le dijo él mientras le daba la espalda y desaparecía así como había aparecido antes.
Confundida, Ana apoyó su mano en su mejilla, mientras una sonrisa se asomaba por la comisura de sus labios. De la nada, apareció un auto de policía doblando la esquina, mientras producía una sirena insoportable. Así que eso era el causante del nerviosismo de Nicolás. El coche pasó a su lado, y desapareció a lo lejos, sin apenas reparar en su presencia.
De la nada, comenzó a escuchar que la llamaban a lo lejos. Y luego, notó cómo comenzaba a temblar la calle. "Despierta, despierta" escuchaba que le decía una voz a lo lejos.

Y se despertó. Parpadeó rápidamente, aturdida, sin saber dónde se encontraba. Abrió los ojos completamente, y agachado ante ella estaba Nicolás, el chico del sueño. Miró a su alrededor y vio el parque, y cómo llovía a cántaros a su alrededor.
- Perdona que te haya despertado de esa manera - le dijo Nicolás con voz dulce - pero está empezando a llover y te quedaste profundamente dormida - le explicó mientras se levantaba.
Ana todavía aturdida, agarró el libro apoyado a su costado, y lo guardó en su mochila. Se la colgó en el hombro derecho y se paró con dificultad, notando que tenía las piernas dormidas de tanto estar sentada.
- Gracias Nico - le agradeció mientras lo miraba a los ojos. Todavía pensaba que estaba soñando, no podía entender cómo el chico de su sueño estaba parado ante ella.
- Mmm... ¿Nos conocemos? - le preguntó sorprendido.
Ana cayó a la realidad. No estaba soñando, eso estaba pasando de verdad. Se encogió de hombros tratando de reparar su error, ella no tenía por qué saber el nombre de aquél desconocido.
- Tenés cara de llamarte Nicolás - sentenció mientras ella largaba una risita nerviosa - Soy Ana, decime Annie - le dijo tendiéndole la mano.
- Annie...- dijo probando cómo sonaba en su boca - Me gusta - y sonrió mientras le estrechaba la mano. Ana respiró aliviada, por lo menos no había pensado que estaba loca.
- ¿Tenés paraguas? - le preguntó mientras que con la cabeza apuntaba hacia la lluvia. Ana sacudió la cabeza, se había olvidado su paraguas en su casa pensando que iba a ser un día soleado. - No importa, podemos usar el mío - le dijo mientras le guiñaba un ojo.
Ella asintió y sonrió ampliamente, pensando que al fin había encontrado al chico indicado, al chico de sus sueños.

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